Maurits A. Ebben, Universidad de Leyden, Los Países Bajos.
Excelentísimos, ilustrísimos y estimados señoras y señores, es un gran honor ser invitado a pronunciar esta conferencia organizada con motivo del cuarto centenario del ataque holandés a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Aprovecho esta ocasión para agradecer a los organizadores de esta serie de conferencias por su invitación.
En esta exposición nos esforzaremos en mostrar que el viaje de Van der Does no constituía solamente una expedición puramente militar como consecuencia de la controversia política entre la Monarquía Hispana y Las Provincias Unidas, sino que es preciso que se explique el ataque del holandés a Las Palmas en relación con la impresionante expansión comercial de la joven República neerlandesa a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII.
Tendremos ocasión de poner de relieve la importancia de la colaboración entre el Estado y la élite comercial en el proceso militar y económico. Sin embargo, en primer lugar, quiero subrayar que, en la historiografía neerlandesa, se considera la expedición del almirante Pieter van der Does un fracaso rotundo por lo que los holandeses la han relegado al olvido. Son pocos los libros de historia neerlandesa que hacen alusión a las experiencias de los neerlandeses en Canarias en los años de 1599 y 1600.
El 24 y el 25 de mayo de 1599 se reunieron en las aguas de Wielingen, en las cercanías del puerto de Flesinga, 73 embarcaciones de las provincias de Holanda y Zelanda. La armada, de una dimensión hasta entonces desconocida en la República neerlandesa, se agrupaba en tres escuadras, cada una con banderas insignias naranjas, blancas y azules, navegando entremezcladas, sin distinción de procedencia, las embarcaciones de ambas provincias. La escuadra naranja la comandaba el propio almirante Pieter van der Does, navegando en el navío el Orangieboom. La escuadra blanca estaba bajo las órdenes de Jan Gerbrantsz. y la azul llevaba como vice-almirante a Cornelis Geleyntsz. van Vlissinghe. El 28 de mayo zarparon los 73 navíos y salieron de la rada de Flesinga con rumbo al sur con la intención preconcibida de acometer a los enemigos españoles en sus propias aguas, cortar las comunicaciones entre España y sus territorios ultramarinos y aprehender los barcos españoles y portugueses que se cruzasen por el camino.
La armada estaba preparada para el largo viaje previsto. Las embarcaciones se había adaptado a las condiciones de las aguas tropicales de Africa y de las Indias Occidentales y la flota llevaba en sus bodegas grandes partidas de víveres para abastecer a los tripulantes en tan extenso recorrido. En Zelanda habían embarcado nueve compañías de 200 soldados del éjercito de la República, que habrían de efectuar las acciones de desembarco. En total la expedición, la tripulación y las tropas de desembarco, sumaba unas 8.000 personas. Es probable que los efectivos fuesen aún mayores, dado el gran número, el volúmen y las dimensiones de las embarcaciones.
Nada más llegar a las costas gallegas el 11 de junio, los holandeses emprendieron un ataque al puerto de La Coruña. Los planes concebidos para tomar el puerto y destruir las embarcaciones fondeadas en él fracasaron al encontrar a los españoles puestos sobre aviso y preparados para resistir el ataque. Asimismo sufrieron un profundo desengaño al recibir la noticia de que, hacía cuatro días, una Flota española de 12 galeones había zarpado hacia América, mientras la de Tierra Firme había llegado a costas españolas sin el más mínimo peligro. La Coruña se defendió bien y la armada holandesa fue rechazada.
Una vez abandonados sus propósitos agresivos contra La Coruña, los neerlandeses prosiguieron el viaje encabezado por el nuevo buque insignia, de Hollandsche Thuyn, que se había unido a la armada en las latitudes de La Coruña. Después de haber doblado el Cabo de San Vicente pusieron rumbo a Sanlúcar de Barrameda con el fin de coger por sorpresa la ciudad portuaria andaluza. Este plan tampoco se pudo llevar a la práctica ya que el duque de Medina Sidonia que estaba al corriente de las intenciones de los neerlandeses rebeldes, había puesto en estado de alerta a las guarniciones locales. De nuevo frustrados sus planes, Van der Does y sus comandantes tomaron la decisión de atacar al archipiélago canario al suponer que ahí no se estaba al tanto del plan y que los medios de su defensa eran inferiores a los de la península. La madrugada del 26 de junio, después de haber navegado alrededor de Lanzarote y Fuerteventura, objetivo pobre para sus miras y sus fuerzas, surgieron ante Las Palmas setenta y cuatro naves de alto bordo.
Con gran sorpresa por su parte, Van der Does pudo deducir ante la agitada actividad en la ciudad y en las fortalezas, que los canarios estaban dispuestos a defenderse y que habían comenzado los preparitivos para impedir el desembarco. Unos meses antes, los funcionarios en Bruselas habían remitido informes a las autoridades españolas, incluso a las de Gran Canaria y Tenerife, comunicándoles que los Estados Generales de La Haya fletaban una armada para hostigar las costas y los puertos españoles. Los mercaderes del archipiélago a través de sus propios canales de comunicación estaban igualmente informados. Las Palmas, bien abastecidas sus fortalezas y con las milicias agrupadas, se dispuso a hacer frente al ataque neerlandés.
Al amanecer, la flota zarpó y avanzó hacia la bahía de Las Palmas y las tropas se prepararon para desembarcar en las playas bajo la protección de fuego continuo de los cañones apuntados en el castillo La Graciosa. El desembarco, la toma del castillo y de la ciudad, las infructuosas campañas en los montes y el posterior incendio y saqueo de la ciudad, acción de venganza, engendrada por la frustración de no haber encontrado un botín suficiente, han sido profusamente descritos y tratado con todo detalle. No es nuestro propósito volver a narrar al por menor las operaciones bélicas que, sin duda, son interesantes y, ciertamente, son importantes para los que quieren reconstruir los acontecimientos en su totalidad, ni pretendemos rectificar, ni añadir más información relativa al sitio de la ciudad y a los combates, porque no es el objetivo de esta exposición, como hemos señalado al comienzo.
Quince días después del desembarco, Van der Does ordenó que se levara ancla para proseguir su ruta rumbo al sur. Dejando en paz, por razones que ignoramos, la isla de Tenerife, los navegantes neerlandeses emprendieron un ataque a La Gomera. Sin embargo, tampoco esta ofensiva les rindió un botín demasiado sustancioso. Además, la operación les costó la vida a ochenta soldados al intentar reunir unas pipas de vino, cajas de azúcar, munición y cañones. Después de haber prendido fuego a la ciudad por pura frustración se hicieron a la mar dejando la Gomera en escombros.
A bordo del buque insignia, Van der Does tomó la decisión de dividir en dos la armada. Treinta y cinco naves retornaban a la patria bajo las órdenes de Jan Gerbrantsz., mientras las demás prosiguieron su viaje con Van der Does, perseverando en el propósito de damnificar a los españoles o causarles daño de uno u otra forma. El almirante pasó, entonces, a la isla portuguesa de Sao Thomé, donde se apoderó sin mayor dificultad de la población de Pavoasán, y de sus fuertes y baluartes. El botín contaba con cien piezas de artillería, 1.900 cajas de azúcar, 1400 colmillos de elefante, mucho algodón y otras mercancías, además de unas cantidades de plata y de oro. Pronto, la flota neerlandesa se vio confrontada con otro trágico contratiempo, incluso más catastrófico que las adversidades sufridas en las Islas Canarias; una malaria tropical provocó estragos entre la tripulación. La enfermedad se cobró numerosas víctimas entre ellas el propio almirante Van der Does. A comienzos del año de 1600 los comandantes de la flota, decepcionados y desanimados, tomaron la decisión de regresar a los Países Bajos a excepción de los capitanes de ocho barcos que se separaron del grueso de la armada para poner rumbo hacia Brasil abrigando esperanzas de apresar algún botín en la colonia portuguesa. Sin embargo, sus esperanzas resultaron vanas. Las mortíferas enfermedades tropicales siguieron cebándose, con renovados bríos, entre los neerlandeses y, de pronto, los perseverantes marineros se rindieron ante tanta mala suerte y pusieron proa hacia la patria sin botín.
Es preciso destacar que la expedición de Van der Does, e incluso, la toma de Las Palmas son consideradas en la historiografía neerlandesa como un fracaso rotundo. Si bien es cierto que algunos historiadores coetáneos de Van der Does intentaron disimular las desventuras del almirante holandés y darles la vuelta a los hechos, la opinión de los historiadores actuales es semejante a la de aquellos contemporaneos que mayores intereses tenían puestos en la empresa, estos eran: los Estados Generales, los mercaderes y los militares. Estos eran del parecer de que el botín no había compensado los gastos de la expedición. Las campanas, los cañones, las cajas de azúcar y las pipas de vino eran la única presa de cierto valor y no constituía ni la más mínima parte de lo que se había esperado recoger.
Desde múltiples puntos de vista, la expedición constituyó un fracaso contundente y, de hecho, fue desalentadora. Para empezar, la empresa salió muy cara en cuanto al sacrificio humano: la cifra de bajas que costó la infortunada toma de las Palmas fue muy elevada; las estimaciones más fidedignas dan 1440 muertos y 60 heridos. Esto significa que el 36% de los cuatro mil tropas de desembarco pereció en combate durante las operaciones en la isla. A los 1440 soldados que murieron en Las Palmas, se debe sumar al menos otro numero similar de navegantes que falleció en el viaje de retorno a causa de las enfermedades mortíferas. Posiblemente, el total alcance a las 1880 personas. La tripulación en algunas de las embarcaciones se quedó diezmada, lo que obligó a los capitanes a reclutar marineros británicos en Plymouth para proseguir su larga y difícil travesía. Un mal menor si pensamos que otros capitanes en Francia y en la lejana Islandia tenían que abandonar sus naves por falta de marineros. Además, un barco, después de tantos sufrimientos, fue capturado a la vista del puerto de amarre, tras un combate corto, por una galera de Spínola el capitán general de los Paises Bajos españoles.
Desde el punto de vista financiero, la expedición resultó decepcionante. El producto total de las ventas de los bienes registradas le rindió al Almirantazgo de Zelanda más de treinta mil libras flamencas. A primera vista puede parecer una suma extremadamente elevada en comparación con el producto de los botines y confiscaciones del último decenio del siglo XVI. Por supuesto, el producto de la expedición debe haber sido en su totalidad superior a las treinta mil libras, dado el hecho de que también en los demás almirantazgos del país se vendían en subasta partes del botín. Ahora bien, los almirantazgos y los Estados Generales no pudieron disponer de la totalidad de lo subastado, ya que se vieron obligados a indemnizar a los mercaderes venecianos, propietarios legítimos de una parte de los bienes robados en Canarias, para conservar la alianza entre las dos repúblicas. No obstante, lo más trágico de todo radicaba en el hecho de que gran parte del botín traído de Canarias y de Santo Tomás pertenecía a comerciantes de las Provincias Unidas. Más sorprendente aún, !En Zelanda una tercera parte de los bienes robados consistió en mercancías de empresas neerlandesas! En suma, el rendimiento de la expedición debe haber sido decepcionante y no era suficiente para salvar los almirantazgos de la alarmante situación financiera en la que se encontraban debido, en parte, a los gastos de la expedición.
Además de la remodelación de los barcos, que formaba parte de los preparativos de la expedicion, la construcción de varios costosos buques de alto bordo había ocasionado grandes problemas financieros para los gobiernos de los almirantazgos. Instigada por los aliados ingleses la marina neerlandesa llevó a la práctica a corto plazo un programa de construcción de un número de embarcaciones militares de volumen y dimensiones extraordinarios en cuanto a las normas neerlandesas que acabaron por resultar inútiles en las aguas neerlandesas a causa de los numerosos bancos de arena. El barco insignia de Van der Does, de Hollandsche Thuyn, por ejemplo, no podía pasar los bancos situados en la salida del puerto de Amsterdam, cuando partió hacia Flesinga para reunirse con las demás naves holandesas. Tan sólo con mucho retraso alcanzó a la armada a la altura de La Coruña. Después de su retorno a la República, el buque nunca volvió a asistir en las grandes operaciones de la marina y se pudrió en el muelle, así como el buque, de tipo castillo marítimo, del Almirantazgo de Rotterdam, De Leeuw. No todos los buques que se habían mostrado de poca utilidad militar, corrieron la misma suerte. Después de la desafortunada expedición los mercaderes atentos no tardaron en comprarlos a precios irrisorios para integrarlos en su propia flota mercante.
Con todo, los historiadores tanto españoles como holandeses coinciden en la opinión de que la expedición fue un fracaso rotundo; el botín no compensó la más mínima parte de los gastos. Desde el punto de vista militar el viaje de Van der Does tampoco satisfizo a los Estados Generales de La Haya. A pesar del fracaso militar y del malogro comercial, la experiencia de abastecimiento a gran escala y los experimentos de navegación que se llevaron a cabo durante el viaje resultaron útiles para el futuro. En los Países Bajos se considera la expedición de 1599 como un momento clave en la historia de la marina militar neerlandesa por ser la primera iniciativa puramente neerlandesa dirigida contra los enemigos ibéricos en aguas lejanas del Mar del Norte.
A pesar de que la República no pudo permitirse a corto plazo las operaciones navales de la envergadura de la de Van der Does, no se abstuvo de pasar a la ofensiva contra los españoles y portugueses tanto en los mares europeos, como en los mares más lejanos. Las acciones militares ofensivas tuvieron un éxito variable. Por ejemplo, en 1603 Paulus van Caerden navegó por encargo de los Estados Generales al Brasil con la misión de establecer varias fortalezas y fuertes y dificultar la navegación luso-hispana en los océanos meridionales. Esta expedición, mucho menos ambiciosa que la de Van der Does, tampoco rindió la más mínima parte de lo que se esperaba conseguir. La empresa en el año de 1606 con 23 navíos bajo las órdenes del zelandés Willem de Zoete, señor de Haulthain, se granjeó gran fama por el bloqueo del puerto de Lisboa en 1606. Trajo a la patria un rico botín, resultado de los saqueos y pillajes efectuados en la costa portuguesa y el robo de una nave que se encontraba fondeada en el estuario del río Tajo. El éxito de Willem de Zoete, fue un incentivo para que los Estados Generales y los Almirantazgos decidieran volver a mandar inmediatamente a De Zoete a la península ibérica, con la instrucción de proseguir sus operaciones destructoras en las costas del enemigo. Esta segunda expedición dejó profundamente defraudados a las autoridades y a los participantes mercantiles. No obstante, sin perder el ánimo, los Estados Generales concibieron nuevos planes para realizar otra ofensiva contra los enemigos españoles. El de 1607 iba a ser el último ataque naval antes de que la Monarquía Católica y las Provincias Unidas concluyeran la Tregua de Doce Años en 1609 en la ciudad de Amberes. En esta ocasion, la flota estuvo bien preparada no sólo en cuanto al abastecimiento de vituallas y munición, sino también en lo concerniente a la estrategia, que a diferencia de los últimos ataques, fue minuciosamente definida, y consistía en la destrucción de la flota naval española que estaba estacionada en el Estrecho de Gibraltar. El 25 de abril de 1607, 26 barcos neerlandeses bajo el mando de Jacob van Heemskerck asaltaron a un número semejante de embarcaciones españolas fuertemente armadas en las aguas cercanas al Peñón. Tras echar a pique 16 barcos españoles, Van Heemskerck, el héroe de Nova Zembla, consiguió una victoria resonante, que pagó con la muerte.
Estas operaciones militares en el mar no constituyeron casos aislados, sino que forman parte o son ejemplos sintomáticos del poderío naval de las Provincias Unidas que creció íntimamente ligada a la expansión comercial de los Holandeses, Zelandeses, y muchos Brabanzones y Flamencos que se habían establecido en los Países Bajos rebeldes después de la toma de Amberes por el duque de Parma en 1585. En la última década del siglo XVI, los habitantes de los Países Bajos septentrionales en estrecha colaboración con los recién llegados refugiados de los Países Bajos obedientes, y muchas veces por inciativa de estos últimos desplegaron una avalancha de actividades comerciales sin precedente en el Norte de Europa. En la última década del siglo XVI y el primer cuarto del siglo siguiente los neerlandeses septentrionales pusieron los fundamentos de lo que el historiador inglés J. Israel ha llamado ‘the Dutch primacy in world trade’, la primacía holandesa en el comercio mundial, que perduraría hasta comienzos del siglo XVIII. En pocos años las Provincias Unidas consiguieron afianzar su primacía comercial al acceder a un abanico de amplios mercados. El comercio se desarrolló muy rapidamente desde finales del siglo XVI, gracias los intercambios en el Mar Báltico y en las costas de Europa occidental y meridional; a ello se sumaría el comercio con Rusia y en el siglo XVII el lucrativo negocio con las Indias Orientales y Occidentales. La orginalidad del modelo politico-económico de las Provincias Unidas consistía en el hecho de que la élite directiva de la Republica utilizó su poder político para promover la actividad comercial. Gracias al específico complejo de factores beneficiosos para el desarrollo mercantil, que en esta ocasión no vamos a explicar por falta de tiempo, los mercaderes, con el apoyo eficaz del gobierno del Estado, que no dudó en recurrir a la fuerza militar para ayudarles, convirtieron a la República en el eje del mercado mundial.
En efecto, las expediciones militares contra los españoles eran empresas en las que la colaboración entre los mercaderes y el gobierno y los almirantazgos era muy estrecha; si se considera Marte como símbolo del gobierno beligerante, se puede decir que el dios mitológico de la guerra y Mercurio iban de la mano. Los mercaderes, por su parte, se mostraron dispuestos a participar como financieros en las operaciones hostiles contra los españoles suministrando anticipos y subvenciones. Además un gran número de este tipo de viajes fueron organizados como empresas comerciales cuyos gastos de abastecimiento y de flete se cubrieron por medio del pillaje y el despojo. El gobierno, por su parte, coordinaba los preparativos en muchos casos en colaboracion con los almirantazgos, subvencionaba la campaña y legalizaba la piratería con licencias de corsarios. Muchas de las expediciones aunaban las características comerciales y las militares. La expedición de Van der Does puede servir como ejemplo ilustrativo del engarce entre los aspectos militares y económicos que caracterizaban muchos viajes neerlandeses en los mares y océanos.
No sólo las ventas en subasta, mencionadas antes, sino también los objetivos de la expedición ponen de relieve el carácter económico de la misma. De las instrucciones de los Estados Generales dadas a Van der Does se desprende que el almirante holandés actuaba, en parte, al servicio de los intereses de grandes comerciantes. Además de propósitos puramente militares, los señores Estados Generales, explícitamente, dispusieron que los comandantes de la flota se esforzasen por conquistar y apoderarse de cualquiera fortaleza, baluarte o poblado defendible con el motivo de establecer una factoría u otro centro para coordinar sus negocios. Incluso, el motivo directo de la expedición de Van der Does se relaciona con los intereses económicos de los mercaderes holandeses. Los embargos decretados por Felipe III en 1598 para dañar el comercio holandés con la Península Ibérica y las posesiones de la Monarquía Católica en Italia e indirectamente con la Indias Occidentales provocaron animadversión entre los gobernantes y mercaderes neerlandese y por consiguiente les incitaran a preparar una gran contraofensiva armada.
Además de ser un momento esencial en la historia de la marina neerlandesa, la expedicion de Van der Does representa un ejemplo sintomático de la dinámica expansión de la navegación comercial neerlandesa en los océanos. Aparte de su carácter militar, tenía objetivos relativos a los crecientes intereses económicos holandeses en Europa y en el resto del mundo. La lucha entre españoles y holandeses, que comenzó como una rebelión, iba a ser un conflicto de imperios, a medida que los neerlandeses se infiltraban con sus mercancías en los territorios de la Monarquía Hispana. Ampliando su red de mercados los holandeses chocaron múltiples veces en enfrentamientos militares con los españoles y portugueses.
Abundan los ejemplos para ilustrar la expansión comercial neerlandesa en el mundo. Las expediciones que apelan más a la imaginacíon son las que organizaron los grandes comerciantes holandeses, zelandeses, brabanzones y flamencos a las Indias Orientales. Es importante destacar que los neerlandeses del sur operaban desde las ciudades portuarias holandesas y zelandesas para evitar enfrentamietos con las autoridades españolas. Si bien es cierto, que hace unos años, se consideró que los embargos anti-holandeses de Felipe III y el rey prudente, Felipe II, representaban el motivo más importante para que forzó a los neerlandeses a ir en busca de un paso directo a las Indias Orientales, a partir de los años sesenta, la mayoría de los historiadores ocupados en esta materia ya no opina así. Los historiadores holandeses y belgas, y no sólo ellos, sino también los ingleses, como J. Israel, consideran que los españoles y los portugueses no pudieron mantener el monopolio del tráfico a las Indias Orientales y Occidentales, dado el dinamismo de la potencia comercial y el ímpetu expansivo de los Países Bajos septentrionales y de Inglaterra. Es más probable que obstáculos diferentes a las trabas que pusieron los monarcas españoles, impulsaran a los neerlandeses a ir en busca del paso a las Indias Orientales. Los cambios estructurales en el sistema portugués de asientos exclusivos, a partir de 1580 con la incorporación del reino luso a la Monarquía Hispánica, iban a dificultar la participación neerlandesa en el comercio de especias orientales. Además, a finales del siglo XVI los asentistas portugueses no podían satisfacer la demanda europea. Los concesionaros del monopolio no podían aprovisionar los mercados europeos debido a los ataques de los corsarios ingleses a ‘la Carreira da India’. Las cantidades de pimienta que llegaban al puerto de Lisboa disminuyeron drásticamente después de 1592 y, como consecuencia lógica, subieron los precios. Venecia, que todavía abastecía una parte del mercado europeo, no podía cubrir el vacío dejado por los portugueses con pimienta traída mediante el sistema de caravanas desde la India a El Levante.
La República disponía de los medios para comenzar la navegación hacia las Indias Orientales; las facilidades de financiación eran múltiples y el dinero abundaba por la llegada de los brabanzones y flamencos afortunados y por el incremento de la riqueza. Los itinerarios de la ruta a las Indias ya no estaban reservados exclusivamente a los Ibéricos. Cartógrafos protestantes de Amberes, como Pedro Plancio, alumno de Mercator, que se había refugiado en la República, propagaban los viajes de exploración para difundir los nuevos conocimientos geográficos entre los comerciantes y capitanes marinos.
En 1596 pusieron proa Willem Barentsz. y Jacob van Heemskerck al Océano Glacial Artico en el pleno convencimiento de que se podía pasar por el norte a las Indias Orientales. Los geógrafos neerlandeses eran del parecer de que el viaje por la ruta nórdica supondría mucho menos tiempo que el pasaje por el Cabo de Buena Esperanza y, además, recomendaban la ruta septentrional con los argumentos de que, navegando por el norte, se evitarían los inconvenientes de los enfrentamientos con barcos militares españoles y portugueses y se tendría la ventaja de que, por las bajas temperaturas, las enfermedades no aterrorizarían a los tripulantes. En parte por la experiencia de estos dos exploradores, que pasaron el invierno infernal de 1596 a 1597 en la isla rusa de Nova Zembla, sabemos que estas ideas eran absolutamente erróneas e, incluso, actualmente nos parecen ridículas. En 1597 Cornelis de Houtman y Gerrit van Beuningen tuvieron más suerte al pasar al archipiélago de Indonesia por la ruta meridional trayendo, por primera vez, especias orientales a los Países Bajos en barcos neerlandeses fletados y armados por una compañía de mercaderes y por los Estados de Holanda. De nuevo el gobierno provincial y los empresarios mercantiles se habían mostrado dispuestos a colaborar estrechamente para reunir una flota bien equipada y armada. Aunque desde el punto de vista financiero este viaje no fuera un éxito, suscitó grandes espectativas en los comerciantes holandeses hacia el comercio de la pimienta y de otras especias. En muchas partes de Holanda y Zelanda empezaron a formarse compañías comerciales.
Unos años después, en 1602, las autoridades gubernamentales jugarían un papel prominente en la fundación de la Compañía de las Indias Orientales. Los Estados Generales y el gran pensionario de Holanda Johan van Oldenbarnevelt motivaron a los comerciantes a colaborar en una compañía exclusiva, con el propósito de evitar la competencia entre los neerlandeses. La constitución de la Compañía Oriental no sólo encajaba en la política de fomentar el comercio, sino que también se correspondía con las estrategias agresivas contra el gran adversario, la Monarquía Hispánica.
La dinámica economía neerlandesa no sólo se expandió hacia las Indias Orientales, sino que también iba a incluir el intercambio comercial con las Américas, hasta entonces monopolio de los pueblos ibéricos. Probablemente, los barcos holandeses salieran por primera vez de los mares europeos no con el motivo de ir a buscar las especias orientales, sino el azúcar. A comienzos del siglo XVI mercaderes de Amberes contrataron barcos holandeses y zelandeses para recoger azúcar. En 1508, por ejemplo, dos navíos zelandeses navegaban por encargo de comerciantes de Amberes hacia las Islas Canarias para transportar azúcar a los Países Bajos. En 1585, después de la conquista de la ciudad portuaria brabanzona, muchos emprendedores trasladaron sus negocios azucareros a las ciudades en el territorio de los rebeldes. Desde entonces, neerlandeses septentrionales, como Jacques de Velaer, Johan van der Veken y Pieter van der Haegen enviaron sus cargueros desde Amsterdam, Rotterdam y Midelburgo a las regiones productoras de azúcar.
Mientras el azúcar, en los siglos posteriores, iba a ser un producto de gran interés económico, en el siglo XVI, la sal constituía una materia prima indispensable e insustituible para la economía neerlandesa por ser un producto fundamental en la conservación del pescado y de la carne así como para la industria quesera y mantequillera. A pesar de la controversia sobre la efectividad de los embargos de 1598 decretados por Felipe III, estudios recientes han puesto de relieve que los barcos salineros neerlandeses tuvieron enormes dificultades para comerciar con España y Portugal, los centros de abastecimiento preferidos por los neerlandeses. Excluidos del mercado de la sal ibérica por el conflicto con la Monarquía Hispana, los neerlandeses iniciaron incursiones sistemáticas con un promedio de 100 cargueros por año hasta la tregua de 1609 en la costa venezolana, donde, entre la ciudad de Cumaná y la isla Margarita se encontraban los depósitos salinos de Punta de Araya caracterizados por la extraordinaria calidad de su sal, su fácil acceso y sus inagotables recursos. Hasta la Tregua de los Doce Años los yacimientos de sal representaban un sustituto adecuado a los centros ibéricos. Con el reinicio del conflicto entre España y la República, en 1621, la Monarquía Católica se decidió a tomar medidas más efectivas que las que se había emprendido hasta el momento, para impedir una lesión a su monopolio americano con el resultado de que las visitas neerlandesas a Araya terminaron prácticamente después de unos años. En 1621 después del final de la Tregua, el gobierno de las Provincias Unidas sancionó la fundación de la Compañía Occidental no tanto con el motivo de evitar la competencia entre los mercaderes neerlandeses, sino con el objetivo de hacer frente común a los españoles en los territorios americanos.
Asimismo, a finales del siglo XVI, los neerlandeses se mostraban interesados en el comercio con la costa de Africa Occidental. Con este objetivo, se tomaron medidas con el apoyo de los Estados Generales para que se erigiese un fuerte que sirviese como centro de tráfico de mercancías africanas y puerto de escala para las flotas asiáticas. A pesar de algunos intentos frustrados, como el realizado en 1596 en el castillo portugués de Sao Jorge da Mina, los holandeses no perdieron los ánimos. En 1598, el año previo al ataque de Van der Does a Las Palmas, los neerlandeses emprendieron otro viaje. El comerciante Baltasar de Moucheron ocupó con una pequeña flota de cinco barcos la isla de Príncipe, que al poco tiempo tuvo que abandonar. La expedición de Van der Does, en parte, representaba otro intento de establecer una base neerlandesa en el tramo Atlántico de la ruta a las Indias Orientales.
En conclusión, debemos subrayar que es preciso, para el mejor entendimiento de los motivos que la guiaron, que se explique la expedición de Van der Does no sólo en el contexto del conflicto político militar entre la República de la Provincias Unidas y la Monarquía Hispánica, sino también en terminos económicos.
Es cierto que, a partir del gobierno de Felipe II los Países Bajos y España entraron en un conflicto bélico cuyos orígenes se encuentran en cuestiones de índole ideológica, religiosa y política. Sin embargo, dado el proceso de expansión económica comercial en la República, la controversia hispano-holandesa adoptaba a finales del siglo XVI más y más el carácter de un conflicto económico. La Monarquía Hispánica dominaba el acceso a las fuentes de materias primas y a los mercados de las riquezas orientales y occidentales. No era más que una consecuencia lógica que la guerra se extendiera en el sentido económico y territorial, llegando también a las Islas Canarias. Los comerciantes neerlandeses penetraban con fuerte apoyo del Estado, que no dudó en aplicar métodos agresivos, en los mercados coloniales.
Tan sólo en 1648, se pondría fin al prolongado enfrentamiento económico militar entre la Monarquía Hispánica y la República de las Provincias Unidas. El acuerdo firmado en Munster fue mutuamente respetado, ya que, desde entonces reinaría la paz entre ambas naciones. No obstante, en los siglos posteriores los contactos nunca llegaron a ser fraternos. Sólo en nuestra época seremos testigos de un crecimiento y mejoramiento definitivo de los contactos entre ambos países. Esperemos que ello implique también un incremento de la mutua comprensión y amistad.
Las Palmas de Gran Canaria el 23 de Junio de 1999.
Lámina no. 1
El vice-almirante Pieter van der Does
(Iconografisch Bureau, La Haya).
Lámina no. 2
El castillo de los Van der Does cerca de Leyden.
(A. Rademaker, Versameling van hondertvijtig Nederlandse outheden en gesigten I; Bibliotheca universitaria de Leyden)
Lámina no. 3
El buque insignia de Van der Does, de ‘Hollandsche Tuyn’.
(Cuadro de H.C. Vroom, Rijksmuseum, Amsterdam).